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La voz de los sin voz.


Fácil, directo.

Vivimos días en los que la moda es ser el distinto (o el rarito del grupo), el ateo, el que se burla de las religiones, el que lee libros raros, el que ve películas de directores con nombres impronunciables, sin entender ni un poco el concepto de lo que nos muestran, el que tiene  mascota y para presumirla la lleva a todas partes. La moda se mezcla inconscientemente con el querer ser  ecologista, entrarle al vegetarianismo (al veganismo no,  porque como es moda no nos aventamos compromisos tan serios, tan difíciles), buscamos productos orgánicos (que al final no compramos porque son bien caros) y de pronto todos somos Antitaurinos y nos peleamos con todo aquel que se atreva a llevarnos la contraria –incluso con nuestro padre al que le gustan tanto las corridas de toros. Navegamos con bandera de defensores pero actuamos por nuestro propio beneficio (¿o imagen?).

Lo bueno de que estas ideologías se extiendan es que aun cuando termine su fiebre algo se quedará en nuestras consciencias y tendremos otro punto de vista con respecto a varios temas.

Según cifras, nuestro hermoso país tiene cerca de 107, 978,956  habitantes y tan sólo en la capital del país, habitan 1 millón 200 mil perros, de los cuales 120 mil viven en la calle. Esto es demasiado, somos muchas personas, son muchos animales y la verdad es que las autoridades no hacen ni harán nada REAL por frenar el crecimiento acelerado de los caninos, ahora bien, si hablamos de gatos callejeros tendríamos que hacer cuentas más grandes y si hablamos de roedores podríamos terminar este post pegando gritos en el cielo y esa no es la finalidad. El punto es que estas autoridades no pueden hacer gran cosa pues gran parte de la solución (o tal vez TODA la solución) está en crear conciencia. Y ELLOS NO LA TIENEN.

Hace unos años una banda de Post Rock llamada Tristeza hizo una canción llamada “Balabaristas” (http://www.youtube.com/watch?v=y_3b4NlZWlw), canción totalmente instrumental que tiempo después fue usada como himno en un movimiento de protesta social en Rumania. La canción estaba ahí; no dice ni una palabra pero transmite muchas cosas. Alguien la escuchó, le movió algo interno y de pronto la melodía sin voz ya era sinónimo de libertad, el grito de una nación entera.

Quizás a México le haga falta un himno, no un himno bélico como el que tenemos, sino un himno que hable por nosotros y que provoque mucho en el interior de cada persona.

Suena difícil.
Ya veremos si esto ocurre algún día.

Y bueno, ¿Qué tiene qué ver lo primero con lo segundo?
Nada… Y quizás mucho…

Las generaciones actuales están llenas de mentes pensantes, de gente creativa y creadora que tiene sueños y a la vez frustraciones muy grandes por desear cambiar nuestra situación y no saber cómo empezar. Hay muchas formas, lo difícil es atreverse, hacerlo en realidad y traspasar las barreras que nosotros mismos nos ponemos.

Retomando el tema de los perros callejeros podríamos hacer varias cosas por ellos, por ejemplo:
Empieza la primavera, los días son muy calurosos. Quizás no lo he notado pero mi calle es transitada por varios perros durante el día, no me cuesta nada sacar una cubeta con agua y ponerla en alguna sombra para que ese perro que camina desesperado buscando algo que sacie su sed pueda detenerse afuera de mi casa, beber un poco y sentirse en calma.

Quizás después me pueda animar a comprar un poco de croquetas, una bolsa pequeña que no me costará mucho dinero. La guardo en mi mochila para que en cuanto vea a un canino callejero en malas condiciones en vez de “sentir feo” por él simplemente saque el alimento, se lo ofrezca  y pueda calmar su hambre al menos por un momento. Mi acción le habrá hecho el día. O salvado la vida

Podría también reutilizar las latas vacías del jugo que tomo en las mañanas,  las parto a la mitad, les hago dos agujeros y les atravieso un lazo pequeño y las lleno de agua o alpiste para luego colgarlas en los árboles y que las aves también reciban algo de mí.
No… Todo eso suena muy hippie…

Empezaré entonces por una acción que parece menor pero que tal vez no lo es: No voy a tirar la colilla de mi cigarro en la calle. Al menos buscaré un bote en el camino pero no la tiraré al suelo porque contamino demasiado y además, por mucho “estilo” que le ponga al lanzarla me veo muy mal al hacerlo (y recordemos que estamos cuidando nuestra imagen). De nada sirve tomar la basura con dos dedos, levantar finamente el meñique y tirarla al tiempo que exhalo la última bocanada de humo. Me veo mal y se ven mal los que lo hacen.

Tampoco tiraré mi chicle en la calle, me veo igual de mal que en el caso anterior, además las aves son atraídas por este tipo de desechos: les llama la atención el sabor dulce y cuando intentan comerlo mueren atragantadas de manera horrible.

Esos actos que parecen insignificantes son los que nos ayudan a cambiar, a mejorar el entorno. Podemos empezar por algo así.

El día de mañana saldré a la calle a tratar de mejorar algo y quizás cuando lo esté haciendo en mi reproductor musical aparezca una canción que para mí sea un himno y al principio seré el único que actúe pero quizás el día de mañana seamos dos y luego tres quienes tarareamos una canción mientras colgamos alimentos en los árboles y compartimos el mensaje, con el fin de darle voz a quienes no la tienen.

-Abraham Colín.-

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